Todo por un pucho

Fui a comprar a Canning y Corrientes papel para armar tabaco. De regreso a casa me encontré con un grupo de mujeres muy peculiar. Al toque pensé: “Testigos de Jehová” y sí, llevaban en sus manos las revistas características que suelen regalarle a todo el que se les cruza por su camino pero, esta vez, fijé mi mirada en un sólo detalle: Una bolsa llena de Snickers (vale resaltar que es la barra de chocolate rellena de Nougat y Mantequilla de Maní que vuelve loco a cualquiera) repartiendoselas (entre ellas claramente) cual incentivo antes de iniciar las recorridas por los timbres del barrio; creo yo. Inmediatamente pensé en unirme a la causa, sólo para que me convidaran un par de chocolates obviamente, y confieso que fue un pensamiento que me acompañó hasta que entré a mi edificio.

Estoy por tomar el ascensor, y me encuentro con Luisa (o “Lisha” según Lola), la encargada, que me dice: -“Está Nicolás”- a lo que respondo: -¿Qué? y me vuelve a decir: -“Que está Nicolás”- Pienso tres segundos… y le digo: -¿Quién es Nicolás? Mientras se lo pregunto, empiezo a divagar en mi memoria, a desempolvar viejos recuerdos a ver si entre ellos existe o existió algún novio llamado Nicolás que no me acordaba que tenía. O tal vez fue que quedé en verme con Nico el cocinero, o si fue que Nicolás, el pibe de la radio que por alguna razón estaba en mi casa, aún desconociendo mi dirección, ¡o si todo era un sueño! Luisa pacientemente responde: -¡Nicolás, el fumigador! –Ah, decile que pase.

Me armo un pucho, me tomo un mate y agarro el libro que me prometí terminar esta misma semana. Busco la página en la que me quedé media hora atrás y en eso suena el timbre. Era Nicolás, el fumigador. ¡No te digo! Así nunca podré terminar de leer. Son las diez y diez… mejor pongo la radio.