La sorprendente recuperación de una persona muy allegada —quien después de someterse a una rigurosa dieta a base de vegetales, venció al cáncer—, convenció al protagonista de este relato a dejar por completo el consumo de carne y de cualquier producto de origen animal. Hoy es un férreo vegano, convencido de que el veganismo no es una opción, sino una obligación. A continuación, su historia.
“En realidad, no creo que nadie sintiera placer por matar. Vivíamos en un estado de entumecimiento. Veíamos a las presas no como animales, sino como blancos. No se trataba de un placer psicópata, simplemente era ignorancia sobre lo que hacíamos”, cuenta Diego Romsail.
“Los animales como blancos”. Es una sentencia fría pero honesta y rotunda. Su historia —la de Diego— es interesante justo por lo mismo, y nos pone a pensar en el famoso dictum que afirma: eres lo que comes. Converso, el protagonista de esta crónica, hoy en día se declara orgullosamente vegano pero, quizá más importante que eso, nos invita a cuestionarnos por qué no nos hemos transformado en uno.
Empecemos definiendo quién es Diego Romsail. Mexicano de 27 años. Nació en Puerto Vallarta, pero la mayor parte de su vida la pasó en Inglaterra. Estudió Historia en St. Andrews, guionismo en el London Film Academy y actuación en el Esper Studio en Nueva York. Su papá es arquitecto y su madre, artista. Hombre cosmopolita, de ascendencia austriaca, alemana y española. Fue durante los viajes con sus familiares originarios de dichos países cuando se inició en la tradición cinegética.
“Estando allá —en Inglaterra— establecí muchas relaciones europeas (que, subraya, no tienen nada que ver con su familia en México); parientes que pertenecen a un ambiente privilegiado y aristocrático. Son ellos quienes organizan fiestas para que todos los hijos se conozcan entre sí. Ésas son las reuniones a las que yo iba; es un entorno muy cerrado. Llegó un punto en el que ya no conocía gente de afuera, estaba en una burbuja total.
Para mí la vida era ese medio, esas casas. Son “familias que cazan”. Vale la pena aclarar que es un tipo de cacería como el que se ve en Downton Abbey, nada que ver con el tipo americano con camuflaje; así no cuesta trabajo imaginarse lo sofisticado, elegante y tradicional que resulta el estilo británico de caza, en comparación con las prácticas norteamericanas (hasta cierto punto militarizadas).
Observo a Romsail, pienso en la apasionada convicción con que hoy defiende el veganismo, y le pregunto: ¿cuál era la carne que más te gustaba comer? Me responde sin pensarlo dos veces: “el pato, me encantaba el pato. Era mi comida favorita”. Me nace una duda elemental: ¿uno se come específicamente lo que caza? “Por lo general, no. Procesar la carne toma tiempo. En ocasiones te mandan regalos, unas piezas”.
¿Podríamos afirmar que él no eligió dedicarse inicialmente a la cacería? ¿Fue Diego resultado de su entorno social?
Para responder a esa pregunta, hay que conocer la historia que detonó el súbito cambio.
Por cuestiones migratorias, Diego regresa a México luego de casi 11 años de estancia en Inglaterra; llega a la casa de sus padres. Casi de forma simultánea, una persona muy cercana a él enferma de cáncer terminal de ovario y se muda a la misma casa… Los doctores le auguraban apenas un mes más de vida.
Con el afán de apoyarla incondicionalmente, Diego la convence de intentar una dieta crudivegana a fin de probar los beneficios que este régimen detona en la salud. Ella, una señora de más de 60 años, desde siempre había acostumbrado comer grandes cantidades de carne, pan, vino, café.
“Por solidaridad, me ofrecí a hacer la dieta, y empezamos. En mi casa hacíamos los jugos por la mañana. Nos los tomábamos, y luego comíamos juntos. En ese entonces, yo pesaba 92 kilos, y estaba cansado todo el día (mido 1.80); ahora peso 70 kilos. La razón por la que los vegetales se consumen en forma de jugo es para que no los digieras con fibra; de esa manera, no se desperdician los nutrientes. Cuando me los tomaba, experimentaba un incremento muy fuerte de energía. Me volví adicto. Un jugo cada dos horas, y más tarde alguna ensalada. Mi cuerpo se reeducó. Mis antojos cambiaron. Mi cuerpo ya no me pedía carne o queso”.
Diego afirma que es en los antojos donde más notó que no había marcha atrás, que su forma de alimentarse se había modificado de forma definitiva. “Veía algún platillo hecho con pato y ya no era el sabor en el que pensaba… Lo que veía sólo era un animal muerto”.
Luego de poco más de medio año, el familiar de Diego mejoró de forma considerable. Sus ojos recuperaron brillo, su piel retomó color, empezó a caminar. El tumor se encogió hasta desaparecer. “Remisión espontánea”, fue el dictamen de los médicos —quienes, por cierto, no daban crédito—. Tenía muchísima energía, estaba llena de entusiasmo. Sin embargo, al sentir la mejoría, tristemente retomó sus viejos hábitos alimenticios y recayó.
No obstante, el mensaje ya estaba enviado. “Mi familia vivió y comprobó los efectos de un estilo de vida basado en el veganismo, y todos nos volvimos veganos. Se produjo un efecto dominó”.
Ser vegano, para Diego Romsail es, simple y sencillamente, un nuevo modo de vivir, una nueva forma de ver las cosas.
“El veganismo no implica necesariamente convertirse en activista, pero te lleva a preocuparte por esos temas. Puedes ser vegano sólo por razones de vanidad o de salud. Yo trato de mantener integrados los tres ejes ideológicos de un vegano: salud, una honesta preocupación por cuidar el ambiente y proteger los derechos de los animales. Ser vegano no es una opción, sino una obligación. Cuando tus decisiones implican violar los derechos de otros seres vivos, ya no son decisiones propias. Antes pensaba que mi perro era lo máximo, pero mataba patos y me los comía. Ahora le tengo el mismo respeto a todos los seres vivos. Matar un venado para comértelo es completamente innecesario, porque no es tu alimento base. Lo estás matando por el puro antojo”.
Diego sonríe astutamente, como si se diera cuenta de que en su última frase hay oculta una metáfora iluminadora. Mi siguiente pregunta es quizá muy cándida, pero quiero ver qué responde: ¿las plantas no sufren? “Toda la vida en la tierra vive de la energía del Sol. Los humanos no podemos absorberla directamente… No nos alimentamos asoleándonos. Las plantas sí. Cuando la gente me dice que ‘un doctor les dijo’, o ‘un nutriólogo les recomendó’, no significa nada para mí. Muy pocos se toman la molestia de cuestionar y educarse al respecto, prefieren seguir órdenes.
Continúa dando las razones de su decisión y pone el siguiente ejemplo: la proteína. “Los estudios más importantes que se han realizado son inconsistentes en cuanto al índice de proteína que se supone debemos consumir. No hay evidencia sólida de que necesitamos tanta proteína como antes se decía. Ahí te das cuenta de que todo es propaganda, publicidad y mercadotecnia.
¿Quieres otro ejemplo? La leche. Estados Unidos mandaba leche en polvo para los soldados de la Segunda Guerra Mundial; por lo tanto, las granjas se deshicieron de sus otros animales enfocándose sólo en producir leche, leche y leche. Acabó la guerra y quedó más de la necesaria. Hay que entender de dónde vienen las cosas, los mitos, y cuando alguien te dice que necesitas algo hay que cuestionarlo, entender de dónde surgió. Veganismo es cuestionar lo que nos rodea”.
Vuelvo a pensar en aquello de que eres lo que comes. No hay razones equivocadas para volverse vegano. Es una decisión y, como pasa con todas las decisiones, básicamente cada quién hace lo que considera pertinente. Tengo frente a mí a un hombre que puede vanagloriarse de haber estado en ambos polos. Mató animales porque era lo que hacían los demás y ahora es vegano para estar en contra de ese mismo sistema en el que estuvo inmerso.
“Mi meta es acercarme al balance natural de las cosas, vivir acorde con las leyes naturales. Ésa es la meta vegana: respetar a la naturaleza y escuchar sus necesidades, ya que somos parte de ella, aunque se nos olvide”, concluye, apasionado.
FUENTE: www.animalgourmet.com
Esta entrada fue modificada por última vez en 17 noviembre, 2016 00:56
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